LOS ÚLTIMOS NUEVE AÑOS DE
JUAN MANUEL CAJIGAL
EN YAGUARAPARO
Texto extraído integro del libro “Juan Manuel Cajigal y Oduardo vida al servicio de la comunidad” que escribiera en vida Carmen Vásquez Ruiz”.
Homenaje a tan célebre escritora, quien fuera la primera cronista de Yaguaraparo y ultima bisnieta del Dr. Juan Manuel Cajigal.
“La sabana de los Ruiz Odoardo en Yaguaraparo, se alarga. Son sus límites: Norte: Terrenos altos montañosos; Sur: El Golfo Triste; Este: Tierras de la misma sucesión; Oeste: sitio de Boholdal.
Crepúsculo. En lo alto una hoguera y las llanuras que tiñen con el carmín del cielo, se pierden en el Horizonte difuso.
Carmelita, toda delicadeza de espíritu, es un contraste en su traje de amazona, cabalgando su caballo Plutón.
Lleva la soga en la diestra que gira con gracia y ensaya enlazar mientras Juan Manuel colea el ganado facilitando el éxito de la hermana. Suena la risa, se levantan las tórtolas y las palomas asustadas que buscan sus nidos y en la tarde breve hay una esperanza de renacimiento.
Por el camino andariego retornan los jinetes ya entrada la noche. El hogar se puebla de mimos; la madre se esfuerza por devolver la salud al hijo. En la mesa se cuentan anécdotas. Juan Manuel se vuelve niño mimado. Insiste en que sirvan “Tortilla de plátano” y esto primero que la sopa pues lógico es que se coma primero lo que más se apetezca: lo demás es etiqueta.
Y las veladas ¿Cómo fueron?… En el ancho portal de la casona solariega a la luz de la luna que pone su romántica nota en los paisajes circuncidantes, Juan Manuel cuenta sus viajes y los hermanos las etapas de la vida que estuvieron lejos.
La madre y Carmelita entremezclan su voz mientras bordan a la luz de los fanales. Se oye apenas el susurro del agua sobre la arena del río. Las copas de los bambúes son flecos de diamantes y al ocultarse la luna el cielo estrellado se prolonga hasta el césped con el infinito rutilar de los cocuyos.
Hay lluvia de estrellas… El astrónomo vuelve a la tarea. Habrá que distraerlo para que vuelva al comedor
Por fin la noche descansa…
Vendrán las aves con el alba a despertar la vida y a su canto el Otro lado remoza la faena.
En el caney 72 metros de largo del ingenio se está moliendo caña que dará los blancos polines de azúcar. Las recuas vienen cargadas de cacao y café que van a las curtiembres. Algunos peones han extendido la cosecha en el patio viejo para que los dore el sol.
Una brisa caldeada sopla. Es la siesta. Luego los hombres descansan un poco y charlan amenamente. Los niños hacen retumbar los coladores y cuando las mujeres del “Repartimiento” donde hay 50 bohíos para los trabajadores, se van a espigar los arrozales, Carmelita convierte el portar de la casa en “Casa-cuna”.
Aquí, las horas largas de sus faenas ella se convierte en niñera. Hace que los cuiden y ella misma se esmera en los teteros que tiene marcados con sus respectivos nombres. De cuando en veces, los negritos regordetes hacen competencia a las chicharras y entonces Basilia los pasea por los patios dónde abundan las toronjas.
Juan Manuel la admira. Ha sido siempre caritativa y sigue de cerca las huellas de la madre quien le sonríe en la faena.
Cuanto no sería el empeño de Carmelita por recuperar la salud del hermano. Entusiasma a Francisco, de carácter más apacible, para que vayan a la sabana a cazar palomas. Y se organizan las grandes excursiones con Juan Manuel.
Hay necesidad de que tome aire y sol. De que se despegué de los libros. Su habitación es una Biblioteca. Además de obras de matemáticas se encuentran:
1 Biblia (varios tomos) Vulgata latina traducida al español por el Padre Sero del Sa Rojas.
1 Historia del Imperio por Thiers.
1 Historia Universal por el Conde de Sequr, traducida y aumentada por Lista.
1 Historia de la Revolución de España por el Conde de Torrens.
1 Vida de los Hombres Ilustres de España por Quintana.
Obras literarias de Martínez de La Rosa.
Obras completas de Moratín, edición de la Academia Española.
Obras completas de Jovellanos.
Historia de España por Mariana.
Conjuración de Citilina etc. por Salustio, traducción del Infante Don Gabriel.
Revolución de Cataluña por Melo.
Viajes de Anacarsis a la Grecia por Barthelmy.
Teatro de Calderón.
Tito Livio – Historia Romana.
Viaje a la Siria, por Volney, traducción de Don José de la Luz.
Viaje de los Españoles al Nuevo Mundo Continente por Navarrete.
También con frecuencia, a pesar de los malos caminos se reciben visitas de amigos que vienen de Río Caribe, Carúpano, Cumana e Irapa, y en la vida campestre del Otro lado se viven gratas horas.
Pero un suceso infausto llego a acrecentar el desequilibrio de su pensamiento: la muerte de la madre.
Viaja ésta a Guariquen de dónde regresa con intenso dolor, al decir de aquella época “cólico miserere”. Francisco, no logró salvarla, a pesar que heredara mucho de su padre: el Dr. Alonso Ruiz Moreno.
La súbita muerte de la madre el 15 de julio de 1853 es un dardo que no se arrancará Juan Manuel del corazón.
Ha muerto por la tarde, 20 años justo a la muerte de Don Alonso Ruiz. Se vela en el Salón de la Casona en espera de la comitiva que ha de salir esa misma noche para Río Caribe. Todo el pueblo se da cita en el Otro lado dónde se encuentra el cadáver de Matilde rodeada de sus hijos y de aquellos a quien ella protegiera.
En 1930, la negra Santos casi de 100 años, al recordarla llorará su muerte como en la primera hora constituyendo fiel testimonio de la bondad de Matilde. Le conocí entonces, con plena lucidez mental y grabada en su memoria los detalles de su rostro, de sus hijos y de pormenores de la familia.
Entre tanto, en el salón que alumbran los cuarto fanales de cristal y todos van en torno a los deudos repartiendo el consuelo en la hora trágica hay un indiscreto que fuma en el mismo salón, donde yace el cadáver.
Juan Manuel intranquilo y airado reconviene al señor: Solo en un sitio inculto puede darse semejante irrespeto: ¿Cómo es posible, Señor?
El homenaje que merecía su patriotismo y caridad estaba lejos de ser advertido, pero su gentileza y generosidad habían hecho desbordar el afecto de un pueblo.
Pronto, puesto el cadáver en una hamaca por el camino de Vuelta Larga Santa Isabel y Guayabero, baldeando ríos, escalando cumbres, se le dio sepultura en el Mausoleo de la familia en Río Caribe y en medio de una sentida manifestación popular.
Años más tarde sus restos fueron depositados en la Iglesia de San Miguel de Río Caribe, en la nave central de dicho templo, al bajar las gradas del altar mayor, ya que su esposo Don Alonso Ruiz Moreno, había sido colocado en la nave lateral derecha.
En vano tratarán de reanimarlo. Ya la equitación que tanto lo entusiasmaba no tiene atractivo para él, y un día animándole a salir de paseo un rato, estaban los hombres en torno a la mesa del comedor cuando se precipita en una carrera y salta de un brinco la cerca de limoneros que daba al fondo del patio contiguo a dicho comedor.
Lo llaman, mas no entiende; ríe, corre y salta con precisión y seguridad física pero completo desequilibrio mental.
Los hermanos temen un desenlace trágico y hacen cortar los limoneros en flor. Van perdiendo la esperanza. No obstante, Francisco redobla sus esfuerzos. Primero procura absoluto descanso. No puede lograrlo.
Pintura Oleo sobre lienzo de: Eliad Jhosué Villarroel |
Con una fina puntilla quita la cáscara de los granos de café y anota cuantos granos tiene una medida, un almud y se adsorbe su obsesión por el cálculo.
Le procuran un viaje a Irapa dónde Rafaela, hermana natural de Francisco y casada con Don José Nicolás Aguilera quien posee una hacienda Rico-Pobre y dónde además de los cuidados esmerados que le propiciaran disfrutara de una magnifica vida campestre. En vano.
“Si, si me voy a ver a Rafaela” les dice, “pero me llevo esos cajones de libros”. Y hace embalar en dos cajas los libros que se llevara consigo.
Todo inútil. A los quince días volverá a Yaguaraparo donde pasara dos años más. En 1852 casó Francisco con Rosa Vidal, su prima (nacida en Saint Tomé) y su hermana carmelita con Cecilio Vidal (viudo) padre de Rosa, quedando todos a vivir en el mismo hogar y prodigándole todos asiduos cuidados.
Ni la distracción de los niños a quienes amara con singular ternura obtuvo aliciente a su neurosis.
No dejo de existir en torno su muerte alguna leyenda.
En una hamaca colgada entre dos árboles grandes al frente de la vieja casona hablaba de botánica o de pintura con lucidez exquisita; otras veces escribía alguna copla, mientras que otros días sentado en un mecedor en el portar cuadriculaba papelitos que rizaba en rollitos cilíndricos, completamente abstraído, y estos los arrojaba al suelo, con la misma tenacidad de la férrea voluntad que demostró en la obra que había realizado.
El genio se acerca al ocaso.
Ultima enfermedad de Juan Manuel Cagigal Odoardo,
Su muerte, sepelio, sus restos…
La casona colonial tiene presagios de infortunio. Se espera el fatal desenlace. Hace días Juan Manuel guarda cama. Una fiebre intensa le quema la frente, sus labios tostados se niegan a tomar alimentos o medicinas. El cerebro le hace cabriolas de sus sueños de juventud y de episodios familiares. Se cree perseguido. Con frecuencia se le oye decir “Vámonos, Pancho… ¡vamos, que nos matan!
Francisco tiene una hija que hubo antes de su matrimonio y que convive con su esposa Rosa Vidal de Ruiz e hijos legítimos, y a quienes todos quieren con intenso afecto. Es Valeriana. Ella es esbelta, de nariz aguilucho y larga cabellera. Juan Manuel la ha apellidado “la guaricha”: así la llama cariñosamente y no quiere recibir alimentos: Solo recibe, la limonada que ella le prepara en su presencia. Frente a su habitación Juan Manuel divisa el tinajero contador de medio siglo. Cerca está un limonero que retoño cuando se corto por la manía que tuvo de saltarlos.
La guaricha, con singular devoción a toda hora le complace en prepararle la única bebida que apetece, devorado por un tifus que caldea su vida. En estas condiciones, aunque había uno que otro momento de lucidez que aprovecharan los hermanos, fue imposible salvarle la vida.
Se presentan complicaciones. El 9 de febrero su estado se agrava y al día siguiente después de un mutismo completo sorprende a los hermanos. Los llama a todos, se despide y deja pendiente de los siglos sus últimas palabras que condensan su acendrada fe cristiana, su ciencia y sus afectos.
“ahora si me voy, pancho… ya veo el cielo… adiós… espérame mama”
Alguien propagó como testimonio del hecho que el cirio había desaparecido.
Entre sus manos lívidas y tremolas le sostiene el hermano un cirio, el que trajo del Santo Sepulcro, mientras todos los presentes elevan al cielo las preces de los agonizantes entre lágrimas. Su agonía fue breve como su vida. Eran las 7 de la mañana del domingo 10 de febrero de 1856.
Cuentan que cuando estaba en agonía se presento un criado corriendo despavorido, solicitando ayuda para ir en busca del “Niño Juan Manuel” que iba corriendo con una vela encendida por la “linda de los nísperos” en las haciendas al fondo de la casa. Estaba espirando.
Quiera el señor haberle encontrado con la luz encendida de la gracia y sea grácil símbolo de su historia, el viejo negro y amigo a quien conocimos octogenario.
Es falso se conservó como reliquia de su último viaje a Roma y último trance, aunque roído por el tiempo.
El cortejo se estira con el cariño del que llevan.
Ante el dolor aciago de la muerte de Juan Manuel Cajigal el pueblo de Yaguaraparo se volcó al “Otro lado”, hacienda de la familia, separada del pueblo que fundara prácticamente Don Alonso Ruiz Moreno por el río llamado “Río Cumana”.
Serían las 10 de la mañana cuando salió el cortejo del “Otro lado”. Ha perdido el paisaje su nota de alegría. Por el camino serpenteando la grama tendida como un pañuelo, cruzan el río ancho, y pasan las calles polvorientas hacia la plaza que en algún tiempo llevo su nombre.
Sobre hombros de amigos y familiares, con los trabajadores de la hacienda que le lloran va la blanca hamaca sostenida por una vara. Lo cubre la sábana blanca que bordará su madre con primor.
Van peatones de rostros alargados comentando los últimos días... y su pasado… otros delante, cabalgando, rompiendo el viento, llevan el anuncio.
Una lapida provisional sella sus restos mortales.
Era la época en que los avisos se daban de pueblo en pueblo por mensajeros expresos. Son los que adelantaran los fúnebres preparativos en la casa de Río Caribe; los que participaran al Venerable Cura Párroco que se rompió el hilo de vida de uno que le pertenecía en su jurisdicción.
El sol del trópico arde en la sierra calva o poblada y en los bajos vadean ríos y jadeantes ya se acercan a Río Caribe.
Amigos salen al encuentro del cadáver y una impresionante manifestación de duelo se ofrece al llegar al hogar situado en la esquina casi diagonal con la Iglesia de San Miguel de Río Caribe.
Es tarde de la noche. Continúa el cadáver en la capilla ardiente.
El sepelio es una continuación de la manifestación popular donde están representadas las autoridades y todos los sectores sociales.
Efectuadas las ceremonias religiosas del templo se encaminan al cementerio viejo dónde tienen la cripta de la familia Ruiz Odoardo.
Pasado el tiempo reglamentario los restos de Juan Manuel Cajigal fueron colocados en el templo de Río Caribe, como fue la costumbre de la familia. Este templo, joya colonial, iniciado en 1717 y posteriormente reformado pero conservando su estilo y líneas arquitectónicas, tienen gruesos muros de calicantos en cuyas paredes se abrieron criptas y en la pared lateral izquierda fueron exhumados.
La hermana de Juan Manuel Cajigal, Isabel Ruiz Odoardo de Gaspary, mandó a hacer dos lápidas de mármol de carrera en Italia y cuando las recibió le escribió a Francisco en Yaguaraparo, para que si estaba de acuerdo con ella, “hiciera sacar los restos, colocarlos en una urnita pequeña y enviárselos a Caracas para llevarlos al Panteón Nacional como hombre que pertenece a la Historia”. Francisco murió en la creencia de que se habían trasladados.
Años más tardes abrimos la averiguación porque no se encontraban la lápida y quedó el desconcierto de que ignoremos en qué sitio realmente reposan.
(Carmen Vásquez Ruiz-Agosto 2 de 1978)