CACHOS O CUENTOS DE MI PUEBLO


CACHOS LITERARIOS
"CACHO" era una palabra coloquial que significaba CUENTO o chascarillo, y fue usada en tiempos remontos en Yaguaraparo.
Antes cuando se pedia contar un cuento se decía: ¡Cuentame un CACHO abuelito!
Cuentos, leyendas, mitos y fragmentos extraídos de la memoria oral y sucesos reales que acontecieron en Yaguaraparo. La mayoría de los nombres utilizados en los “cachos” son de personas totalmente reales.


EL ANIMASOLA
Lirine era una joven hermosa, pulcra y de una finura de piel con el brillo de una losa blanca y aterciopelada. Tenía un cuerpo envidiable, una escultura de diosa que iluminaba los tristes faroles de las noches y hacía temblar irresistible los corazones de los hombres que admiraban su hermosura.
Su rostro era terso como alborada que teje sensaciones nostálgicas, era encantador contemplarla y todo aquel que lo hacía por instante quedaba embriagado con su aroma juvenil y sutilmente atrapado en una telaraña de sueños híbridos donde era casi imposible escabullirse.
Lirine era sugestiva, arrogante como una princesa Española, su barbilla siempre en alto denotaba su elegante figura esbelta, bella como la luz del sol, irradiaba una dulzura impresionante que cualquier hombre del pueblo vendía el alma por tenerla.
Pero Lirine era equiparable a las mariposas del viento y se anclaba como magia ensoñadora en las flores de la indiferencia, a sus pies tejía una larga escalera que ningún humano de su pueblo podía alcanzar, era todo un sueño escrito con lagrimas de perlas, llanto figurado con lluvia de oro incandescente y océanos turbulento con rizos de espumas de efervescentes diamantes microscópicos.
Y cada hombre soñó con ella, le dibujaron ensueños invisibles y tejieron a sus pies tesoros de palabras dulces, le llevaron conglomerados ramos de flores de palabras tiernas, vistieron a la sabana de Venturini con estrellas de juncos rosas y bañaron el Río Yaguaraparo con ansiedades de pasiones juveniles para bautizarse con él son del enguayabado o del Ser que ama enamorado.
La plaza Bolívar y San Juan se vistieron de palabras inconclusas, extrañas se sonrojaban al paso casi insonoro de Lirine, cuando sonreía y hablaba, al mirarla era tocar el universo mismo, hundirse en un laberinto sin salida.
Sin embargo, pasaron los días y la Bella Lirine crecía en belleza y elegancia mejorada, y mientras esto acontecía prematuramente una sombra se deslizo en el tiempo y le auguro un mal presagio, una envidia plegada de maldad le hundiría en su vida el puñal de la desidia y daría de beber agua de amarga hiel.
Y un día de esos inundados de presentimientos vio pararse frente a su portal aquella mariposa negra, Lirine era inocente y quiso tomarla para jugar, la mariposa oscura como la noche ágil abrió sus negruzcas alas y torno a su grácil vuelo, ocultándose en las penumbras de la tarde. Aquel anuncio de muerte cobijo las ansiedades del ambiente mortecino, sin embargo Lirine siguió su curso más hermosa que nunca, entro a su habitación y tomando el cepillo comenzó a peinarse, admirar su cálida belleza, a cantar dulces arpegios, recordando sus amores desechados y a sentirse espléndida, admirada por ojos que desnudan paredes, ella sabía que hervían como olas de bravía tormenta, pues sentía que cuando la miraban atravesaban su sangre ardiente y apasionada como diminutas hojillas que desgarraban sus tensiones juveniles.
Y allí la vio en el cristal del espejo mirándola con sus ojillos infernales, estaba vestida de negro como la mariposa de la tarde que había anunciado su llegada, sus manos engarfadas eran como el acero bruñido y su boca avilante le anunciaba su inesperada visita.
Lirine quedo tiesa como hierro recién fundido introducido al agua para su enfriamiento, su rostro palideció mortalmente y de su boca un pequeño grito que retumbo en las cuatro paredes de la fría habitación. El ambiente se torno irresistible, un relámpago beso las tinieblas y su latigazo flash fue apagado por la intensidad de un trueno que estremeció el alma temerosa de Lirine.
Ella asustada abrió sus ojos y sus labios rosas con desmesurado acento y cuando sintió aquellas manos sobre su cuello temblaron sus carnes tersas y exquisitas, aquel rostro juvenil de líneas perfectas se demudo de súbito, como si un flujo eléctrico se hubiese apoderado de su alma.
Se rasgo las ropas, las hizo pedazos con las uñas y los dientes, gritaba y trataba de soltarse de aquel fantasma de la desidia y la envidia.
Era las dos de la madrugada cuando alborozada. Temerosa, enloquecida y perseguida por El Animasola huía desnuda por las calles del pueblo, algunos jirones de tela blanca y transparente pedían aladas de su hermoso y bello cuerpo, parecía una aparición del Olimpo, una visión inquietante, la Diosa Venus perseguida por la oscuridad de Morfeo.
Pocos meses después un brujo terminaría con el hechizo mágico del Animasola de la hermosa Lirinee.
Animasola: tipo de espíritu diabólico que común se conjuraba mediante una oración de las artes o magia negra. Esta oración la procuraban hombres con malicia y se la rezaban a jóvenes hermosas para enloquecerlas y transformarlas en devoradoras de hombres. En los caseríos de Yaguaraparo se dieron muchos casos de hombres que ejercían la oración del Animasola con la mala intención de poseer fácil a la mujer que deseaban. La mayoría de estas mujeres hechizadas quedaban esclavas del Animasola, después que eran dejadas por su captor seguían buscando varones insaciablemente.

LA MUERTE DE BABOSO
La muerte de baboso fue algo hostil, un procedimiento policial insólito, una crónica horripilante que jamás será olvidada de los pensamientos de los habitantes de Yaguaraparo.
LA MUERTE DE BABOSO
Baboso era un niño triste, siempre andaba solo como ocultando sus sueños dulcificados, sus ojos eran dos pequeños soles oscuros, dos espejos inquietos donde centelleaban dos lucecitas que saltaban como ascuas en fuego crepitante.
Le nombramos baboso porque siempre emanaban de sus labios entreabiertos, un hilillo constante de saliva legamosa, esto ocurría por una extraña mal deformación desde su nacimiento en sus dientes superiores.
Baboso era solitario pero de su ego siempre surgía la capacidad de sonreír y eso le daba una peculiaridad de inocencia cándida, tierna y angelical, era dócil, apacible y tranquilo como las olas quietísimas del golfo triste, de su piel blanquecina como el ajo porro chino, siempre se desprendía un suave olor a limoncillo de la noche.
En las tardes cuando dictaba clase de pintura infantil en la Gran Casona (Casa de la Cultura de Yaguaraparo) Baboso se acercaba tímido y sus dos ojillos negros como alas de cuervo escudriñaban cada movimiento que mi cuerpo emulaba, sin embargo deducía que aquel niño de mirada se sueños puros y cristalinos como las aguas del Río Claro, me hablaban, me gritaban que querían ser huella, amasijo, masa y parte de aquellos otros niños que pintaban con acuarela los colores del cielo.
Y en esas tardes de fuego sol, inolvidables, de calor, polvo y risas de niños siempre estaba Baboso, su presencia fiel era como el repicar de las campanas domingueras de la Iglesia San Juan de Yaguaraparo.
Quizás con su tímida respuesta deducía inquieto sus ganas de pintar los colores del cielo, el reflejo de sus ilusiones y desvaríos en el espejo de un océano salobre, quería viajar incólume en una pequeña curiara Guarao en los Caños de Punta arena, para luego anclar sereno como las cidras Rojas en el Puerto pesquero de Yaguaraparo.
Un día de esos de sol se apareció de súbito, se acerco paulatino y sus primeras palabras fueron torbulentas como el viento del mar Caribe, su delgado cuerpecito se estremecía de emoción, el rostro brillante como luna que alumbra en sus noches viajeras la majestuosidad lozana de la sabana de Venturini.
Con premuras se limpio con el dorso de la pequeña manito las mejillas humedecidas, como queriendo desaparecer aquella pena que surgía insonora de sus labios, Baboso balbuceo entrecortadas palabras con temor y encanto infantil, mientras la otra mano permanecía oculta detrás de sus espaldas, como queriendo ocultar su sorpresa.
-¡Quiero pintar! Dijo feliz como ningún otro niño…
Al decir estas frases entumecidas de ternura y anhelos mil mostró la mano oculta y en ella un pequeño pincel de su propia fabricación, un lápiz demasiado desgastado y una hoja de cuaderno que parecía como si hubiesen tenido cien años de existencia.
Y comenzó Baboso esbozar sus sueños, aprendió la armonía, la analogía y como pintar los colores del cielo, dibujo entumecido de inspiración cada mar por donde viajaron sus manitos curtidas de acuarelas, y voló hasta un arco iris donde robo cada color para luego esparcirlos sobre los pájaros de las tardes, las flores de la plaza Bolívar y Zaragoza, la pasarela o el chinchorro de hierro, el puente del Río Yaguaraparo, humedecido de ideas frescas pinto cada uno de sus compañero de clases a su manera de ver el mundo, con sus risas, juegos, emociones y ternuras primaverales.
Un día se terminaron las tarde de sol y los cantos de las Chiquillas, pitirres y azulejos en la Gran Casona, se culminaron las clases y se cerraron las puertas de una casa antigua de millones de recuerdos, se apagaron las luces del alba entumecida de tantos sueños detallados y con ellos quedo el fantasma de Baboso en las esquinas y en cada horcón desvencijado de la Gran casona.
Nos mudaron a otra Casa de Cultura y con esta aletargada y triste mudanza nos olvidamos de Baboso, desde el 1990 ya no supimos de sus sueños, timidez y manitas diestras pintando las olas, cidras del Golfo triste y los colores del cielo.
Pasaron los años y ello permitió el descenso de los recuerdos, los rostros fueron cambiando como costa golpeada por el mar, las risas se fueron apagando y con ella llegaron las melancolías y las buenas memorias. Sin embargo algunos recuerdos fluyen instantáneamente cuando la conciencia recuerda a una presencia interrumpida de súbito años atrás, el tiempo tácito se encarga de mantener esa vivencia inevitablemente en el cerebro, lo guarda por instantes, por años.
14 años después…
Era de noche, fungía una luz demasiado antigua de la luna y los grillos maximizaban sus chirriantes cantos en la densa semi oscuridad. Había olores distintos, mirto, canelilla, ron, drogas, cerveza y alambiques juntos, olor a sudores entremezclado, olor a borrachos y a viejos impertinentes, a mujeres de la calle, orine de perro y de caballos.
Estaba en el bar el Guasnil, sonaba una entristecida música de baile, había parejas bailando adosadas a la piel musical como zombis, ojos trastocados por varias veladas de locas borracheras, rojos como el infierno. Existían desvaríos y deseos onerosos, pasiones desbordadas, romances de licores, orgias y prevaricaciones descontroladas y malas juntas al mejor postor.
En ese lugar alejado del tiempo recibí la negra noticia. “Que mataron a Baboso” y en ese instante de premuras y vicios brotaron efervescentes los recuerdos como agujas diminutas rasgando el cerebro, cortando en pedazos la sangre, hiriendo el miedo, el horror a lo desconocido.
En ese instante famélico resplandecieron como flama azulada las memorias viejas y recordé aquel niño tímido, el que pinto el cielo con sus manos y esbozo aquellas palabras dulces en aquel día de sol triste, el recuerdo fluyo instantáneo y proyecto el ultimo día que lo vi, mi mente alborotada desarrollo una historia obscura, triste, no vi en ese momento al joven asesinado, si no al niño pintor…
La policía local lo había sacado a empellones del bar el Campito, causas ajenas de motivo, lo estrujaron y lo introdujeron brutalmente entre la patrulla, lo trasladaron al “Cobao” un sitio lejos de la población. Ahí lo golpearon salvajemente, lo vejaron, dicen que lo violaron, que le gritaban pistola en mano corre y sin piedad alguna lo acribillaron a mansalva, después de esta masacre lo condujeron al hospital y lo lanzaron sin vida como a un perro sobre el piso frío…
Cuentan los rumores y el rum rum de la gente que el pequeño Baboso se arrodillaba exigiendo una brizna de clemencia, ¡No me maten por favor! exclamaba con las retinas alborozadas de esperanzas, ¡hagan conmigo lo que quieran, pero no me maten!.
Quería cosechar oportunidades nuevas, se aferraba a la vida y a su aroma de libertad. Entre sus último sollozo, quizás entre su miedo se recordó de nosotros, viajo entre su agonía a la Casa antigua y pinto por última vez con sus manos dolidas y su suplica el perdón para sus asesinos y los colores del cielo. Su sangre se deslizo efervescente por nuestras venas bañando con dulcificado acento, alguna conclusión embargable del alma. En mi interior llore al niño plasmando mi desgracia y dije angustiado: Adiós mi niño lindo, que Dios perdone a tus depredadores y te de la paz del alma…

Acta Policial del caso real:
CIRCUITO JUDICIAL PENAL DEL ESTADO SUCRE
EXTENSION CARUPANO
TRIBUNAL SEGUNDO DE CONTROL
Carúpano, 24 de Septiembre de 2004
194º y 145º
En el año 2005 hicieron una exhumación del cadáver para localizar pruebas balísticas, a los ejecutores del crimen les dieron sentencia de cárcel... Por primera vez en la historia criminalística de Yaguaraparo se hace justicia…
La puerca y los siete puerquitos.

Sitio de la plaza Bolívar de Yaguaraparo, donde dicen los lugareños que sale el espanto de la Puerquita y los siete puerquitos
Contaban en otrora nuestros abuelos y coterráneos de Yaguaraparo, incluso aun reciente que en la plaza Bolívar a eso de las 12 del día e igual hora en las noches de luna llena, salía un espanto siniestro, “La puerca y los siete puerquitos”
El que se topaba con este fantasma se las veía verde y terminaba tan confundido y asustado que se “viraba”, frase muy trillada que utilizaba el coloquio del pueblo, siendo lo mismo que alucinar, caminar sin sentido, perderse en el camino o simplificado, perder el juicio por horas o minutos.
Esto le sucedió en ese mismo sitio al Sr. Concho Cedeño, existen versiones que lo vieron dando vueltas en la plaza Bolívar a eso del mediodía, luego se encamino aturdido como borracho del sol hacia la calle padilla y tomando el sector bar Brisas del Río se interno en la espesura del Río.
Camino a playa Chocolate lo interceptaron unos pescadores que lo conocían y le preguntaron para donde se dirigía, Concho le contesto que iba para su casa, los pescadores sorprendidos por aquella extraña respuesta le dijeron que su casa quedaba en El otro lado, en la Chivera. Concho consternado y viendo que la puerca y los siete puerquitos caminaban con él les pidió ayuda. Los pescadores lo trasladaron de vuelta a casa donde concho regreso a la realidad.
Si decides algún día pasar por la plaza Bolívar no se te ocurra pasar solo a las doce del día o la noche, te puedes topar con La puerca y los siete puerquitos, entonces si que las pasaras verde.

CACHO N° IX
EL MILAGRO DE LA CALLE LAS TABLITAS
Casa de Pedro Peroza e Isabel de Peroza donde ocurrió el hecho insólito ubicada en la calle sucre de Yaguaraparo
Era una tarde de Domingo, tarde triste de sol de mono, una luz amarillezca reincidía en el ambiente y le daba un aspecto al paisaje triste y monótono.
El ambiente mortecino desprendía destellos de hojas de luz en las retinas de Nicolasa, entristecida miraba embelesada la llegada de los murciélagos errantes y los cocuyos de la noche. En sus manos temblorosos deshojaba un tierno capullo de cachupina Roja, mientras sus labios deducían melancólicos una enloquecida oración y un conglomerado de añoranzas locas.
Un gemido surgió lastimero de sus palabras rotas y el eco oscurecido de su quebrada voz se esparció sobrio entre la densa quimera de su yo en Do mayor. Por instantes despierta de su mágico éxtasis y deja fugar por instantes su dulcificada mirada en el circundante, algo sobresalto su inquieta soledad y parpadeó suavemente para congelar en la retina el pasear de algunos autos fantasmas y la gente como seres imperceptibles.
Una brisa suave estremeció su piel y le robo su fragancia a hierba buena, esparciéndola en la lacónica ansiedad agónica del milenario y su ave fénix. Sintió por momentos su decadencia social y vislumbro por un instantes sus esperanzas, vivió en breves memorias su presente juventud y saboreo con apasionada inquietud la jugarreta de su existencia común.
Cerró sus parpados y una lagrima brillo como ópalo de resina caliente en sus pálidas mejillas. Se acaricio el semi encrespado cabello castaño y paulatina se removió el que tenia sobre la frente, así quedo largo tiempo, absorta, inmóvil, queda, yaciente entre su silencio y soledad. Ensimismada en su mutismo dejo correr otras lágrimas hasta que estas se escurrieron por la pequeña cadenita de oro, la estampilla de José Gregorio Hernández y luego humedecieron lerdas el escote.
Algo se removió inmisericorde en sus entrañas, sintió que un dolor sobrehumano la embargaba, un amargo sabor a cáncer uterino le revolvió las ansias, le hastiaba el sentido de la vida, la doblegaba a sentir cándida el calor de las cosas de afuera y efímera como el viento temió desfallecer como el sol de mono y las hojas de luz de sus retinas.
Un batir de alas negras se debatieron cerca de su rostro nacarado y una difracción irisada produjo reflejos díscolos en sus labios serenos, bellos, jugosos, sensuales, despertando en el rosado natural de su boca, vahos guturales convertidos en rica fragancia a Colgate Herbal, un amasijo de olores a manzanilla, salvia, mirra y eucaliptos frescos. En la profundidad lejana se oyó el canto lastimero de una piscua, un dejo de superstición se enarboló violento de sus latidos y temió a lo desconocido, sus ojos se cuajaron de lágrimas.
Sin embargo estaba allí, sola, tendida a los fracasos bruscos de su desidia ligera, pendida de una cuerda en el vacío de otro vacío, hundida en su desgracia mortecina, muerta en cuerpo y vida, un lémur hermoso, poseedora de una piel con brillo de seda, de manos tersas y piernas hermosísimas, propias de una efigie Griega, y pensó morir hundida en su agonía misteriosa, el haz turbio de una aureola negra revoleteo paulatina en sus memorias y recordó las entrecortadas palabras del medico: Tienes un cáncer uterino, un fibroma en estado avanzado, te quedan pocos meses de vida, si te operamos puedes morir en el intento, y las palabras del Brujo: tienes en tu cuerpo una extraña criatura que quema tu vientre, solo un milagro, ¡un milagro!.
Un milagro pensó, un milagro, solo un milagro y así quedo largo tiempo, ensimismada, absorta, pendeja, trastocada por momentos de la mente. Un milagro, solo un milagro, ¿pero quien haría tal cosa? y sin pensar mucho agarro aquella estampilla que colgaba de su cadenita de oro, la humedeció de besos, lágrimas, sudor y llanto pérfido.
Fue esa noche oscura de luciérnagas tristes. Mientras el silencio de las calles desencadenada alguna nostalgia impugnada de circunstancias, Nicolasa Urbaneja dormía aletargada en su mas profundo sueño y no sintió en la habitación calurosa aquella presencia solitaria que se le acercaba, no percibió la anestesia, el corte profundo, la sutura en la herida, el olor a alcohol, el remolino de ansiedades ocultas, el respirar del caballero de la noche perderse en las tinieblas del enigma. La operación había sido un éxito, el milagro se había consumado en el cristal de una lagrima noctámbula.
Se alerto la calle solitaria, los vecinos y familiares suspendieron los juegos de Domino y de las cartas; carga la burra y el truco. Un grito barrió ligero el ambiente pueblerino.
-¡Un milagro! ¡Ha ocurrido un milagro en la Calle las Tablitas!
Y así la vieron dormida dibujando una sonrisa en su hermosa tez blanquecina, descansaba de su dolor y furia resignada, soñaba con una nueva vida llena de flores y lluvia de cristal dorado, volar con sus amores a otras islas de sueños y mojarlas con sus retinas de luz ígnea. A su lado tenia gasas ensangrentadas, lienzos blancos color de leche, suturas y bisturís brillantes como diamantes. En la calle una muchedumbre curiosa rodeo la Casa.
Mudos de asombros ante el hecho milagroso uno de los vecinos exclamo emocionado, lleno de complejidad admirable.
-¡la operó el Dr. José Gregorio Hernández! ¡Es un milagro! ¡Un milagro!
Mientras que un evangélico prolifero con hastió.
¡Si Chaco! ese fue el mismísimo demonio para que la gente ignorante crean que los santos de cartón y yeso hacen milagros.
Este milagro aconteció en la calle Las Tablitas, actual calle Sucre. Si visitan al pueblo pueden ir a la casa de la Sra. Isabel de Peroza y preguntarle, mientras ella le brinda un café negro, si esta historia es verídica.


Derechos de autoría prohibida su reproducción
Autor: Eliad Jhosué Villarroel